“Si censuren la cultura manipulen els mitjans”, canta Pau Alabajos en su canción Futur en venda. Reflexionemos cada uno sobre quién ha escrito este mensaje y a quién va dirigido. Qué valores transmite. Qué ideología defiende. Y ahora pensemos cuán ajeno nos resulta. ¿El resultado? Nos sorprenderíamos al ver que muchos de nosotros ignoramos el problema que esas letras reflejan; una verdadera desigualdad que ha caracterizado la sociedad española durante años y por la que se sigue luchando constantemente.
Dispuestos a conocer música en lengua catalana, el listado de autores que podríamos hacer sería muy largo. Pero de nada sirve esta afirmación cuando observamos por la mirilla el angustioso panorama que nos presentan los medios de comunicación como principales canalizadores de la cultura en la sociedad contemporánea. Pocas veces habremos visto a Antònia Font en televisión. Pocas veces habremos oído hablar en los medios sobre los conciertos que La Gira (Festival Itinerant de Música en Valencià) realiza cada año en la Comunidad Valenciana. Sufrimos en efecto un auténtico problema de acceso a la cultura catalana, y la música forma parte de esta cultura.
Descartemos de antemano que este problema venga dado por una diferencia de clases sociales. Pensemos en Marx y su paradigma crítico del conflicto y veremos cómo quedan cabos sueltos por atar. No existe una diferencia exclusivamente económica entre los grupos que escuchan música en catalán y los grupos ajenos a ella. Si bien muchos de los autores catalanes optan un discurso político en reivindicación de la lucha de clases, no obviemos que también existen grupos ajenos a éstos, una música más integrada en la industria cultural, desprendida (por tanto) de la carga política en sus mensajes. Sin embargo, están todos afectados por un mismo problema, se encuentran todos con los mismos obstáculos.
El catalán es una lengua minorizada, en nuestro país sólo se habla en regiones concretas. No olvidemos tampoco el conflicto interno entre las diferentes variedades dialectales que la caracteriza. Todo esto desemboca en un gran conflicto de intereses entre los que ejercen su papel en el poder y los que son ajenos a éstos. Para los grupos que integran los organismos burocráticos, la lengua catalana queda en un segundo plano. Las reivindicaciones de los llamados Països Catalans tampoco interesan. Esta lucha no encaja con sus intereses. En estos momentos si no hablas la lengua catalana, si no formas parte de la propia cultura, si no mantienes un contacto directo con ella (bien por iniciativa propia o por influencia de terceros), es difícil tener consciencia de lo que está pasando.
Weber y su paradigma no crítico nos permite organizar mejor las ideas y ver el problema con más claridad. El autor define una estructura social multidimensional, y el poder (o partido) es una de las características. Según el sociólogo, un colectivo se ubica en la sociedad respecto a las organizaciones o instituciones que dominan o tienen acceso al poder. Y en este contexto es evidente cuán lejos están los organismos de poder con respecto a la cultura catalana.
Terminemos con buen sabor de boca, una positiva perspectiva de futuro. La lucha por extender la música en lengua catalana se va extendiendo poco a poco, y la comparación de la situación actual con la de hace apenas 5 años ha mejorado extraordinariamente. La aceptación por parte de la sociedad de música en una lengua poco hablada y conocida es cada vez mayor. Y la movilización social también. Os dejamos con L’olor de la nit, del grupo de música Mishima, y el enlace de una noticia de El País donde se habla de la manifestación del próximo sábado 16 de abril en contra de la supresión de la señal de TV3 (televisión autonómica de Cataluña), en la que Lluís Llach cantará.